LEVEDAD Y PESO
(Publicado el 3 de mayo de 2015 en El Levante EMV)
Podría entenderse, por el título, que estamos a punto de abordar un problema arquitectónico. Como arquitecta, he desarrollado una pequeña deformación profesional que me hace traducir toda cuestión inherente a la naturaleza humana en su obra construida. A lo largo de la historia, todas las sociedades han dejado impresas sus características e idiosincrasia, su forma de vivir y de hacer, en sus edificios.
La cuestión del peso y la levedad se encuentra en los fundamentos de todos los problemas estructurales. La sociedad occidental ha dado respuestas distintas a lo largo de su evolución: las catedrales góticas trataban de elevarse el máximo posible hacia el cielo, como en la creencia católica se eleva el alma. Pero su cuerpo es terrenal y estaban construidas con piedra, por lo que siguen teniendo un carácter másico y compacto, pesado…
Su pesadez las ha hecho perdurar a lo largo del tiempo, han llegado a nuestro tiempo impertérritas, impasibles en el devenir de las épocas, que han impreso su huella en ellas, pero no han podido hacerlas desaparecer. Se podría realizar una analogía con el carácter de la sociedad de la época, con férreos e invariables valores morales.
A finales del siglo XIX y principios del XX la arquitectura sufrió una catarsis: con la revolución industrial aparecieron nuevos materiales y nuevas posibilidades. Nació así la arquitectura moderna, caracterizada por su liviandad, por utilizar vidrio y acero, dando lugar a edificios que se posan sobre el terreno. El carácter de sus materiales también es perecedero: el hormigón se calcifica, el vidrio se rompe, el acero se oxida…
La sociedad también sufrió un cambio, apareciendo el capitalismo, cambiando el modelo estamental por las clases sociales, en las cuales, con suerte, se podía medrar. Esta posibilidad de movimiento puso la semilla que dio lugar a la sociedad actual, la sociedad de la información. El sociólogo Zygmunt Bauman la ha definido como “la sociedad líquida”.
Hay un dicho castellano que afirma: “renovarse o morir”. Comulgo con Bauman cuando afirma que la sociedad actual se asemeja al comportamiento de los líquidos: “Los líquidos no conservan una forma durante mucho tiempo y están constantemente dispuestos a cambiarla, para ellos lo que cuenta es el flujo del tiempo más que el espacio que puedan ocupar: ese espacio que, después de todo, sólo llenan por un momento.”
No puedo evitar que me vengan a la cabeza imágenes de la mayoría de mis amigos, obligados a emigrar por el mercado laboral y desperdigados por ciudades de medio mundo, sin patria, sin un trabajo estable, y sin un futuro cierto.
Las nuevas condiciones económicas y organizativas de la sociedad la han obligado a reinventarse, a desprenderse de las pautas inamovibles y consideradas por la moral tradicional colectiva como correctas: un trabajo en el que jubilarse, matrimonio, casa con hipoteca vitalicia…
¿Quién puede permitirse esto hoy en día? Vayamos más allá: ¿quién desea esto hoy en día? Milan Kundera nos planteaba una pregunta al respecto: “¿qué hemos de elegir?, ¿el peso o la levedad?”.
Según este autor, aquel que elige una vida leve, libre y sin compromiso con nada, no conoce el sufrimiento que dan las cargas. El que no tiene nada fijo, nada que perder, puede amoldarse fácilmente a los cambios, como un fluido sortea los obstáculos que le salen al paso, o se amolda a diferentes recipientes.
Ésta es una elección fácil y cómoda para muchos. Otros, se sienten arraigadas a diferentes elementos: su cultura, la casa paterna, una pareja que no tiene posibilidad de emigrar y se queda (a la espera de lo inevitable)… Entienden que no pueden tener una vida plena sin peso.
Estas personas, enraizadas y aferradas a la esperanza de no tener que abandonar todo lo que para ellos es trascendente, se ven obligadas al ostracismo profesional. La promesa de una vida trascendente las hace incurrir en la levedad más absoluta.
No les queda más remedio que seguir formándose, partiendo de la premisa de que, cuantos más títulos consigan, más fácil les será encontrar el ansiado empleo que les permita asentarse. Esta realidad imperaba hasta hace unos años: una mejor formación permitía ascender socialmente, pero, ¿sigue siendo así?
Retornemos a la arquitectura. Imaginemos que la formación académica de una persona es el proyecto de un edificio, y que a ningún promotor le interesa. Se somete entonces a constante cambio, evolución y crecimiento, pero nunca llega a ser construido ni a comprobarse sus cualidades y funcionamiento en la vida real. He tenido muchos compañeros brillantes en la carrera que hasta ahora no han tenido la oportunidad de poner en práctica lo aprendido, y está por ver si la tendrán o acabarán de au pairs y hablando en alemán.
Nunca ha habido una generación más culta en la historia del país que la llamada “generación Peter Pan”. Sus integrantes, un colectivo sociológico extraño, cuya adolescencia se eterniza hasta la treintena, están protegidos por el paraguas familiar, y sometidos a una “titulitis” aguda. Estamos ante la levedad eterna, la falta total de responsabilidades y el desconocimiento absoluto del compromiso y asiento que da el trabajo.
¿Qué se plantea a estas personas como alternativa desde las instituciones y medios de comunicación? Pensar como profesionales independientes, ser emprendedores, encontrar las virtudes y capacidades en las que cada uno destaca y potenciarlas.
Es una forma de atomizar la sociedad, responsabilizando al individuo de su propia situación: si fuese más emprendedor y creativo, si se esforzase más, saldría de su precaria realidad. Es una forma de decir a estas personas que no sientan culpabilidad y frustración ante una sociedad fallida: “céntrate en ti como individuo y no intentes cambiar el sistema, démoslo entre todos por perdido”.
Hay otro dicho que reza: “a quien tiene padrino, lo bautizan”. ¿Dónde queda la creatividad y el ímpetu emprendedor sin nadie que financie la idea?
Parece ser que las circunstancias no dejan lugar a muchas opciones. Nos encontramos atrapados en un contexto difícil, pero aún queda la capacidad de cada uno para ser feliz, afrontar las circunstancias lo mejor que pueda y no desfallecer. Ser capaz de moverse con levedad en un mundo en constante cambio para encontrar las razones de peso que constituyan el motor de la propia vida.
María Isabel Pérez Guinot